Carlos Robledo Puch

Carlos Robledo Puch es el asesino en serie más famoso de Argentina. Y eso que fue detenido, y condenado a cadena perpetua, cuando solo tenía veinte años. Bajo su apariencia angelical se escondía un delincuente psicópata que mataba a sangre fría y con absoluta cobardía. Hacerlo se convirtió para él en algo tan placentero como comer o besar.

Infancia y juventud

Este psicópata argentino tiene más de setenta años, la mayoría de los cuales ha pasado en prisión. En concreto, desde 1972. Nació veinte años antes en Buenos Aires, un 19 de enero. Sus padres fueron Víctor Robledo Puch y Josefa Aida Habendak, una alemana que aterrizó en Argentina tras la Segunda Guerra. Carlos fue el único hijo de ambos.

Fue un chaval muy guapo, con tirabuzones en el pelo y una sonrisa inescrutable. De niño, aprendió piano y alemán. En la adolescencia, sin embargo, comenzó a torcerse. Sus estudios en el ámbito industrial no le motivaron: repitió, cambió de colegio y comenzó a robar, tanto a sus compañeros como al propio centro. Con solo quince años, fue expulsado y optó por emprender su trayectoria criminal.

Podemos afirmar que el Instituto Cervantes, en Vicente López, fue determinante en su biografía. Allí conoció a otro delincuente en potencia, Jorge Ibáñez, que se portaba igual de mal que él.

Juntos, sus gamberradas y delitos iniciáticos pasaron a mayores: robaron en una joyería y en un taller de motos. Cuando fueron sorprendidos por la policía y Robledo abandonó a su cómplice, aquella sociedad delictiva se mantuvo, aunque su relación ya no fue la misma.

El posteriormente llamado Ángel Negro o de la Muerte empezó a gestar un nuevo fichaje para su banda, un tal Héctor Somoza. No obstante, su incorporación se pospuso porque justo antes de hacerlo empezaron a matar.

Los terribles crímenes del Ángel de la Muerte

Una vez que Carlos descubrió el placer que le producía matar, solo tardó tres meses en cometer media docena de asesinatos. Su debut como verdugo fue el 18 de marzo de 1971. Él e Ibáñez entraron a robar en un boliche; sin embargo, en esta ocasión ejecutó al encargado y a un sereno.

Lamentablemente, le gustó. El 3 de mayo siguiente volvieron a delinquir en un establecimiento automovilístico, en concreto, una tienda de recambios. Por desgracia, el matrimonio encargado de gestionarla se despertó en plena noche y el hombre fue ejecutado. A su mujer, Robledo decidió violarla mientras se desangraba después de haberla disparado. Más tarde, la abandonaron creyéndola muerta, pero sobrevivió, quizás porque su bebita de diez meses la esperaba en una habitación cercana.

Otro sereno fue su siguiente víctima, esta vez durante un golpe a un supermercado. Lo mató porque quiso. Estaba dormido… y terminó con su vida.

El 13 y el 24 de junio cambiaron su modus operandi, quien sabe si buscando nuevas emociones. Decidieron cazar mujeres. Una prostituta jovencísima, de solo 16 años, accedió a subir a su coche pensando que podría resultarle un buen servicio. La llevaron a un descampado, donde le descerrajó cinco tiros. Aprovechó también para llevarse su cartera.

La siguiente elegida tenía 22 años. La encañonaron para obligarla a subir a su coche y la llevaron al mismo lugar del crimen anterior. Nada más bajar del coche, Robledo la mató a cañón tocante.

Cambio de cómplice

Seguimos avanzando en la biografía de este asesino en serie, cuyo siguiente hito fue la muerte de su colega de caza. Ibáñez sufrió un accidente sospechoso, ¿lo provocó el propio Carlos? Nunca se ha sabido.

Con todo, Héctor Somoza no tardó en sustituirlo. Junto a él cometió tres nuevos asesinatos, con un parón de cinco meses desde el anterior homicidio femenino.

Volvieron a matar robando: primero, un sereno en un supermercado y, después, otros dos en sendos comercios de coches. Solo en el último de ellos, un concesionario de Dodge, lograron un botín jugoso.

Unas breves vacaciones

Felices con el millón y medio de pesos que habían obtenido en su último golpe, se tomaron unas vacaciones. No obstante, el regreso fue fatídico, el principio del fin de su trayectoria asesina.

Somoza y Robledo entraron a robar a una ferretería. Asesinaron al portero y, con un soplete, trataron de abrir la caja fuerte, aunque algo sucedió entre ellos: acabaron enzarzados y Robledo le disparó dos veces. Su socio de diecisiete años murió y, para eliminar las pruebas, le desfiguró el rostro con el soplete, pero cometió una torpeza: no registró sus bolsillos y el carné de identidad estaba allí.

Fuga, detención y condena

En febrero de 1972, poco después de matar a su cómplice, fue detenido. La identificación del cadáver de Somoza supuso su condena. Los agentes acudieron a su domicilio, comunicaron la noticia del fallecimiento a su madre y esta les habló de Carlos Robledo. Siempre iban juntos. Lo describió como un muchacho rubio y atractivo. Les facilitó su nombre.

Los investigadores solo tuvieron que ir a buscarlo a su casa y aguardar a que llegara. Venía de un bar, había estado de cervezas, seguro de que tampoco esta vez iba a tener problemas con la policía.

Asumió su captura con resignación, sin intentar huir ni evitarla. Sumaba once asesinatos, todos ellos prescindibles y discrecionales. Mataba por placer, reconoció más tarde.

En 1973 se fugó de la cárcel, pero en menos de tres días volvió a ser apresado. Años después, en 1980, recibió definitivamente su condena: cadena perpetua.

Lleva más de cincuenta años entre rejas. Aunque ha pedido salir en varias ocasiones, y se queja de su desgracia, sus once asesinatos en solo once meses siguen siendo aterradores. A veces, solicita ser ejecutado con una inyección letal o un tiro. Él siempre mató a sus víctimas por la espalda o mientras dormían. Nunca se comportó como un asesino en serie valiente.

En cualquier caso, sus crímenes en Argentina en solo unos meses son difícilmente superables. No había cumplido los 21 años cuando ejecutó a todas esas personas inocentes. Por ello, su realidad nos resulta fascinante e inquietante al mismo tiempo.

Por todo ello, Carlos Robledo Puch está a la altura de otros nombres propios singulares y paradigmáticos del true crime mundial. Por ejemplo, el descuartizador canadiense Luka Magnotta, la enfermera española trastornada Noelia Mingo o el aterrador Ed Gein, que inspiró la película La Matanza de Texas.