Joan Vila

El 26 de septiembre de 1965 nace Joan Vila, en Castellfollit de la Roca (Gerona), el que hasta ahora ocupa el segundo lugar de los asesinos en serie españoles con más número de víctimas, después del Arropiero. El celador de Olot, acabó con la vida de 11 pacientes octogenarios en la residencia donde era empleado.

Una vida marcada por la ambigüedad

Ya desde muy pequeño manifestó una doble personalidad encubierta que le dificultaba el trato social. Prefería relacionarse con el sexo femenino, posiblemente debido a su identificación con las mujeres, con quienes se encontraba más cómodo. Su autoestima se veía dañada en entornos masculinos.

Estudió peluquería y hacer prácticas con sus amigas y a los 23 años cumple el sueño de abrir su primera peluquería en Figueres. Estaba muy cerca de encontrarse a sí mismo, de autodefinirse, pero su proyecto se desmoronó por causas deconocidas y cayó en una crisis depresiva que, a simple vista, pudiera parecer debida a un fracaso laboral. Sin embargo, las razones eran otras. Su identidad corría peligro de nuevo.

Su juventud acrecentó su desorientación

Su inestabilidad emocional continuó reflejándose en todos los cursos de formación profesional que intentó: quiromasaje, costura, cocina, reflexología podal… Los abandonaba por falta de motivación. Su astenia iba in crescendo hasta que tuvo un contacto efímero con la medicina en un curso de auxiliar de clínica.

Obsesivo y maniático del orden, su vida laboral inestable le confundía, le angustiaba y agudizaba su carácter depresivo hasta el punto que con 25 años tuvo que solapar su búsqueda de vocación y futuro con asiduas consultas psiquiátricas. Según los registros biográficos, se había sentido angustiado y discriminado por más de 20 años debido a que sus manos temblaban.

En 2005 encontró la llave de su paradójico equilibrio y autoconfianza: ingresó en una clínica geriátrica de Banyoles.

Jugando a ser Dios

Parece haber encontrado su vocación; los ancianos le adoran, le necesitan, le agradecen sus cuidados… El celador, que aún vive en su hogar materno, toma el rol de protector. Su autoconfianza va en aumento y se siente imprescindible. Sin embargo, tras 8 meses de experiencia se traslada a la Residencia geriátrica La Caritat en Olot y esas dosis de seguridad pronto se revelan insuficientes. Vuelve la inestabilidad emocional pero, esta vez, con mayor frustración. Sus amistades declararían que no se encontraba a gusto en el nuevo trabajo, llegando a tener disputas con compañeros y alguna paciente. 

En 2009, el descenso a la psicopatía alcanza un punto crítico y Joan Vila acaba en apenas unos meses con la vida de 9 ancianas y 2 ancianos. Según sus declaraciones en el juicio obró por caridad, quería acortar el tiempo de sufrimiento de sus pacientes. El modus operandi indica todo lo contrario. Su perfil era el de un psicópata frío y despiadado, sin empatía para experimentar el sufrimiento que estaba causando en sus víctimas:

– Actuaba siempre a solas, de forma calculada, entrando en la habitación de sus víctimas cuando estas dormían.
– Mediante una jeringuilla, el celador administraba por vía oral químicos de limpieza como lejías o sosa, ocasionando un gran sufrimiento en las víctimas. Otras veces utilizó fármacos como la insulina.
– Tras la muerte de algunos de los pacientes, Joan Vila llegó a presentarse en los funerales para dar el pésame a la familia.

Su forma de actuar y la tipología de sus víctimas (personas dependientes, evidentemente más débiles que él) nos muestran que estamos ante un asesino que mata para autoliberarse. Su carga era la inestabilidad emocional, el chaos descontrolado de su vida.

Asesinar a personas más débiles que él le otorgaba el control sobre la vida, aunque no fuera la suya, y hacerlo con crueldad y sufrimiento le ayudaba a identificarse con sus víctimas. Por unos instantes conseguía encontrarse en paz mientras se sentía una deidad; un ángel de la muerte.

El juicio, medicina para un asesino

Los signos de envenenamiento que presentaba su última víctima (vías digestivas y respiratorias abrasadas) pusieron sobre alerta a los médicos forenses, quienes declararon la muerte como no natural.

La investigación de los mossos d’escuadra pronto situó a Vila en el punto de mira y, al aparecer en las noticias, la hija de otra de las ancianas asesinadas pidió que se investigara la muerte de su progenitora. Durante los interrogatorios, el celador se desplomó y confesó el segundo crimen. No tardaría en salir a la luz la verdad sobre el resto de casos.

En junio de 2013 Joan Vila fue condenado por el jurado a 127 años y 6 meses y al pago de una indemnización de 369.000 euros a los familiares de las víctimas. Su estrategia de alegar trastorno mental no le sirvió. El celador de Olot cumplirá 40 años de condena máxima y saldrá de la cárcel con el aspecto octogenario de todas sus víctimas.

En realidad y, extrañamente, nunca se le había diagnosticado ningún trastorno que levantara alarmas. Los psiquiatras le atribuyeron una perfecta conciencia de sus actos criminales.