Juan Carlos Aguilar

En 1965 nace en Barakaldo (Bilbao) Juan Carlos Aguilar, lugar a donde traería el horror unas décadas más tarde. Bajo la apariencia de un improbable monje, cuyas enseñanzas budistas ponía en práctica de forma radicalmente opuesta a la filosofía zen, se convertiría en un “inesperado” asesino.

Detrás de la máscara de un monje shaolín

Su entrenamiento en las artes marciales comenzó desde la infancia. Uno de sus hermanos le enseñaría técnicas para controlar el dolor a base de resistencia. Juan Carlos aprendió a dominar su mente para poder soportar sus numerosos golpes en absoluto fraternales. 

En 1994 realiza un viaje a China con el fin de profundizar en la filosofía zen para conseguir tener un dominio total de su mente. Su estancia en el Monasterio Shaolín le sirve para auto proclamarse el único monje español ordenado en el templo. El nuevo abad regresa transformado y preparado para conseguir su propósito: ser adorado y tener innumerables adeptos a los que manipular y con los que enriquecerse.

Para llevar a cabo su proyecto no dudó en inventarse numerosos títulos marciales con los que crear una imagen de prestigio, perfilando así su perfil megalómano. En 1997, su plan comienza a tomar forma cuando su hermano, maestro de Kung-fu, muere aplastado por un montacargas en el gimnasio regentado por ambos. Un hecho que fue investigado por la Ertzaintza 16 años después al conocerse los crímenes por los que se juzgó a Juan Carlos Aguilar, pero que hasta ahora no ha llevado a conclusiones.

La paradoja del Monasterio oceánico de la Tranquilidad

El gimnasio multidisciplinar se fue llenando de adeptos que querían seguir la filosofía zen; pupilos con nivel cultural, acólitos de buen bolsillo que se ponían en manos del maestro y le rendían su admiración. El monje shaolín se convirtió en poco tiempo en un personaje mediático y popular, concediendo entrevistas en relevantes medios de prensa y televisión y dando seminarios en toda Europa.

Mientras tanto, puertas adentro, consiguió hacerse con un grupo de incondicionales. El gurú les imponía fuertes ejercicios de disciplina y desprendimiento y les exigía dinero como sacrificio e incluso mantenía relaciones sexuales de dominación con algunas alumnas, a las que sometía a todo tipo de vejaciones consentidas. Su gran capacidad de manipulación le hacía sentirse cada vez más poderoso y más cercano a la divinidad, potenciando un alejamiento de la realidad, complejo de superioridad y promiscuidad sexual, características que poco a poco iban completando el perfil de un psicópata al estilo de Charles Manson (Link a biografía).

El descenso a la locura

El ambiente que rodeaba la vida y actividades de Juan Carlos Aguilar siempre fue sórdido y oscuro, hasta el punto de situar su templo de veneración en un colorido polígono industrial habitado por inmigrantes, muchos de ellos ilegales, y varios prostíbulos. Sin embargo, la imagen del monje shiaolín no se vió “manchada” hasta que, tras serle detectado un tumor cerebral, su personalidad se tornó más irritable e iracunda. 

Es entonces cuando comienza a frecuentar prostitutas con las que mantiene relaciones cada vez más sádicas en un evidente descontrol de sus impulsos. Su nuevo punto de dominio se encontraba en la debilidad y fragilidad de ciertas mujeres, y lo lleva hasta las últimas consecuencias.

Su primera víctima fue una peluquera colombiana de la zona y madre de dos hijos, Jenny Rebollo, a la que torturó y descuartizó. Algunos de los restos fueron encontrados en el gimnasio, el lugar de los hechos, otros fueron lanzados al río.

Su segunda y última víctima, una prostituta nigeriana llamada Maureen Ada Otuya, fue rescatada con vida tras ser encontrada en un estado físico deplorable pero murió a los pocos días.

El juicio de los mortales

Juan Carlos Aguilar confesó los dos crímenes sin mostrar ningún tipo de emoción. Según algunas valoraciones psicológicas y las declaraciones de la Ertzaintza, mostraba una abstracción de la realidad evidente y una total falta de empatía y conciencia sobre la gravedad de sus crímenes. Conductas que fueron evidentes tanto durante su detención como el posterior juicio.

El 24 de abril de 2015, Juan Carlos Aguilar fue condenado a 38 años de prisión y a pagar una indemnización a los familiares de las víctimas.

Un psicópata de manual

El caso del monje Shaolín resulta muy interesante y evidente para la construcción de un perfil de psicópata, con etapas muy marcadas que muestran la evolución de nuestro protagonista en métodos y enfermedad: personalidad megalómana, tendencia al engaño, comportamiento manipulador y, en última instancia, comisión de crímenes fruto de impulsos violentos seguidos de una falta de remordimientos evidente.

La duda es si su personalidad y psicopatía degeneraron con el tiempo, como parece mostrar la investigación policial y escalada de sus acciones, o si estuvo presente desde mucho antes, en caso de que se demostrara que la muerte de su hermano fue un fratricidio.