Leyendas urbanas: el perturbador experimento ruso del sueño

Siguiendo la tradición de leyendas urbanas, los creepypastas son cuentos (o a veces sólo imágenes) inquietantes de terror recogidas y compartidas por Internet con la finalidad de atemorizarnos. Ese nombre procede de la jerga de Internet «copypaste», que se refiere al texto y/o imágenes copiadas y pegadas por los usuarios en los foros de discusión y blogs, añadiendo un efecto «teléfono estropeado» a las historias.

Aun así, todos los fans de los creepypastas coinciden en una regla simple e irrompible: siempre hay que dar el beneficio de la duda a cada historia. Dicho esto, hoy vamos a mirar un creepypasta relacionado con una de las necesidades más vitales del cuerpo humano: el sueño. Seguramente alguna vez te has preguntado que le pasa al cuerpo cuando no descansamos lo suficiente. Cualquier persona que ha pasado una noche (o más) sin poder conseguir dormir se habrá dado cuenta de la importancia del sueño para la salud y el bienestar de uno mismo. Pero ¿Qué pasaría si se alarga la cosa y no dormimos durante 15 o más días? ¿Nos desmoronaríamos mentalmente y físicamente? ¿Nos volveríamos locos? ¿Moriríamos?

El récord Guinness del insomnio está en el poder de Maureen Weston de Cambridgeshire en Inglaterra, quien permaneció despierta durante 18 días y 17 horas al competir en un maratón de sillas mecedoras en 1977. Aunque Weston llegó a sufrir varios efectos secundarios a raíz de su falta de sueño, ninguno se asemeja a los comportamientos extremos observados por unos investigadores rusos en el siguiente supuesto experimento ruso sobre el sueño, considerado como uno de los diez creepypastas más aterradores conocidos…

A finales de los años 40, unos investigadores soviéticos metieron a cinco criminales condenados en una cámara hermética y los dosificaron con un gas estimulante experimental para probar los efectos de privación prolongada del sueño, con la promesa de liberarlos si lograran permanecer despiertos durante 30 días.

Nada fuera de lo normal ocurrió durante los primeros días, pero en el quinto día los pacientes comenzaron a mostrar síntomas de estrés y empezaron a quejarse de las circunstancias en que se encontraban. Dejaron de hablar entre ellos y hasta empezaron a susurrar información comprometedora sobre sus «compañeros» por los micrófonos para hacer la pelota a los científicos y no sufrir tanto. Poco después, la paranoia se instaló.

Los primeros gritos de locura se oyeron en el noveno día. Primero un sujeto, luego otro, empezaron a correr dentro de la cámara, gritando durante horas sin cesar. Pero el comportamiento de los participantes más callados fue tan desconcertante ya que empezaron a romper los libros que se les había dado para leer, manchando las páginas con sus heces para pegarlas a las ventanas para boicotear el experimento, tapando la vista de los científicos.

De repente, se hizo el silencio y, después de tres días, temiendo lo peor, los científicos se dirigieron a los presos por megafonía. «Vamos a abrir la cámara para probar los micrófonos», dijeron. «Alejaos de la puerta y tumbaos en el suelo o dispararemos. Pero si hacen lo que les decimos, uno de vosotros será liberado de forma inmediata”.

Una voz desde dentro contestó: «Pero si ya no queremos ser liberados».

Pasaron otros dos días sin contacto de ningún tipo mientras los científicos sopesaron las opciones que tenían ahora. Al final, decidieron que no les quedaba más remedio que terminar el experimento. A la medianoche del día quince, el gas estimulante fue extraído de la cámara y reemplazado con aire fresco para que los participantes pudieran ser liberados. Pero la última cosa que querían los pacientes ahora era irse y comenzaron a gritar como si temieran por sus vidas. Les rogaron que les volviesen a aplicar el gas estimulante. Ante esa imposibilidad, los científicos abrieron la puerta de la cámara y mandaron soldados armados dentro para sacar a los pacientes, pero lo que menos esperaban encontrar era la horrorosa carnicería que presenciaron dentro.

Un paciente estaba muerto, tumbado boca abajo en un charco de agua sangrienta. Había hasta trozos de carne del cadáver del paciente muerto que fue introduciendo él mismo en la rejilla de drenaje antes de morir. Todos los demás pacientes estaban comiendo su propia carne y tenían órganos vitales al descubierto.

Estos cuatro que seguían con vida parecían aterrorizados de quedarse dormidos y se negaron a abandonar la cámara, pidiendo de nuevo a los investigadores que volvieran a enchufar el gas. Cuando los soldados intentaron sacarles por la fuerza, los pacientes lucharon con tantas ganas que uno sufrió una ruptura del bazo y se murió desangrado después de pasar sus últimos 5 minutos agitándose como un animal salvaje.

Los pacientes restantes fueron atados y transportados a un centro médico para tratamiento. El primero en ser operado luchó con tanta furia para no ser anestesiado que se rompió varios músculos y huesos durante el enfrentamiento. Tan pronto como el anestésico hizo efecto su corazón se detuvo en el mismo instante. Como consecuencia, los demás pacientes se sometían a cirugía sin sedación – cosa que les alegraba ya que preferían aguantar el dolor de la cirugía con tal de no dormirse.

Después de la cirugía, a los supervivientes se les preguntó por qué se habían mutilado ellos mismos, y por qué tenían tantas ganas de volver a respirar el gas estimulante. Cada uno, a su vez, dio la misma enigmática respuesta: «Tengo que quedarme despierto».

Los científicos consideraron «hacerles dormir para siempre» para borrar cualquier rastro del experimento fallido, pero el científico al mando ordenó que se reanudaran los experimentos inmediatamente, con tres de los científicos uniéndose a los prisioneros en la cámara sellada. Horrorizado, el científico jefe sacó una pistola y disparó al comandante a quemarropa. Luego se dio la vuelta y disparó a uno de los dos supervivientes. Apuntando su pistola al último que quedó vivo, preguntó: «¿QUÉ eres? ¡Necesito saberlo!»

«¿Tan fácilmente te has olvidado de mí?» dijo el paciente, con una sonrisa. “Somos vosotros. Somos la locura que se esconde en todos vosotros. Somos la locura que ruega por libertad en cada momento de vuestras vidas, desde lo más profundo de vuestras mentes animales. Somos aquellos de lo que os escondéis en vuestras camas todas las noches. Somos quienes nos hacéis dormir para estar callados y paralizados cuando os vais a vuestros refugios nocturnos, donde nosotros ya no os podemos alcanzar”.

Después de escuchar eso, el científico le pegó un tiro en el corazón pero justo antes de morir, el paciente llegó a murmurar unas últimas palabras:

«Casi … consigo … estar … libre”….

En próximas entradas seguiremos indagando en el inmenso y tenebroso mundo de las leyendas urbanas y las historias de terror basadas en hechos reales.

 

¿Conoces alguna? Cuéntanoslo en Facebook y le daremos cobertura en el blog. Y por último, recordaros dormir bien esta noche…