Aviones de guerra: la ingeniería que revolucionó el cielo

Los actuales aviones de guerra de última generación como el F-35, catalogado como el caza más avanzado del mundo, nada tienen que ver con la tecnología aérea ni con lo que ocurría en el cielo hace varios siglos, (sí, has leído bien, varios siglos). ¿Quieres saber cómo fueron los orígenes de las batallas aéreas y la evolución de esta ingeniería del caos?

“Dominar el cielo” ha sido un sueño constante del ser humano, y más cuando se habla de guerra. ¿El motivo? Controlar al enemigo. Y los primeros en experimentar con esta idea fueron los franceses en la Batalla de Fleures contra el ejército austríaco, en 1784. Los galos quisieron determinar las posiciones del enemigo con globos aerostáticos, pero no sirvieron de mucho porque estos quedaban a merced del viento.

Sin embargo, esta idea dio paso al dirigible o zeppelin, un nombre que heredó de uno de sus inventores, el conde alemán Ferdinand von Zeppelin. Este invento permitía ser dirigido y controlado en el aire, y se desarrolló desde su primer vuelo en 1900 hasta 1937. Pero no fue hasta bien entrada la I Guerra Mundial y una tecnología muy mejorada (desde el primer vuelo de los hermanos Wright) cuando la guerra empezó a jugarse también en el cielo. Ahí, los aviones pasaron de ser eficientes “chivatos” de las posiciones enemigas a eficientes armas.

Un dato curioso: en los primeros combates aéreos los pilotos disparaban sus propias pistolas contra sus rivales mientras pilotaban y, normalmente nunca acertaban en el blanco. Precisamente para hacer más eficientes estos duelos aéreos, los ingenieros de uno y otro bando trabajaron para transformar estos aviones de reconocimientos en auténticas armas voladoras. Finalmente, los ingenieros aeronavales consiguieron incluir primero un espacio para un copiloto y después una ametralladora en la cola del avión que, esta vez sí, consiguiera derribar al enemigo.

Durante la I Guerra Mundial un genio, pionero de la aviación, revolucionó la guerra en el aire. Su nombre Roland Garros (sí, el personaje que da nombre al torneo de tenis). Roland Garros logró colocar una ametralladora frontal capaz de disparar entre las hélices. Con este sistema de sincronización se blindaron también las aspas y se colocaron unas cuñas metálicas para que las balas perdidas no fuesen contra el avión o el piloto y le pudieran herir. Pero Garros fue derribado y su invento cayó en manos de los alemanes. Así el ingeniero holandés, que estaba al servicio de los alemanes, Anthony Fokker cogió las ideas del francés y las mejoró en su modelo Fokker DR-I.

Los británicos para defenderse de los Fokker DR-I alemanes diseñaron el pájaro perfecto, el Sopwith Camel, considerado el mejor caza de la I Guerra Mundial. Era maniobrable, iba armado con dos ametralladoras sincronizadas y podía alcanzar los 185 km/h. Sin embargo, se llevó la vida de varios pilotos novatos porque su manejo era complicado. Y poco a poco, la tecnología aeronáutica mejoraba y permitió desarrollar tácticas de combate. Los “duelos singulares” dieron paso a los escuadrones.

La I Guerra Mundial supuso el gran impulso de la aviación. La necesidad de ser mejor, más ágil y sobre todo, más mortífero inició una carrera armamentística que, por supuesto no ha parado hasta la fecha. De hecho, pocos años después, con el inicio de la II Guerra Mundial, esta carrera frenética se consolidó como tal. A partir de 1939 la aviación se convierte en la llave fundamental para la victoria, y dominar el cielo era tener una importante ventaja sobre el enemigo.

Esta contienda dividió de nuevo el mundo. Por un lado, el Eje: Alemania, Japón e Italia. Y por otro los Aliados: Reino Unido, EEUU y la URSS. Y todos ellos trabajaron frenéticamente por desarrollar mejoras, incorporando en los aviones importantes innovaciones en cuanto a velocidad, autonomía de vuelo y armamento. Es decir, mayor capacidad destructora. Los cazas y los bombarderos cambiaban el destino del mundo.

En Europa, el modelo BF 109 G-2 provocaba el caos pilotado por el alemán Erich Hartmann, quien logró una increíble cifra: un total de 352 aviones derribados, llegando a 11 derribos en un solo día. Ningún piloto aliado alcanzó semejante cifra, en parte también porque eran trasladados a la retaguardia al llegar a un número determinado de misiones.

Pero si hay un avión con nombre propio, ese es, sin duda, el Enola Gay. Este bombardero B-29 transportó y lanzó la bomba atómica (también con nombre propio, “Little Boy”). Esta bomba arrasó la ciudad japonesa de Hiroshima con 166.000 muertos, el 6 de agosto de 1945, cifra que se elevó posteriormente a 230.000 fallecidos.

A partir de entonces, todo lo demás es historia. Pero si eres un apasionado de la aviación y quieres saber más sobre el duelo en el Pacífico entre los aviones Grumman F6F Hellcat y los Mitsubishi A6M “Zero” japoneses, no dejes de ver Guerreros del Aire, en Canal Odisea.

Fuentes: Rea SilviaMuy HistoriaPreziAdictos a la HistoriaEl Mundo