El otro Kurosawa: grandes películas menos conocidas del director japonés

«Nunca te sitúas en el pasado, solo le añades nuevos lazos». Una cita con la que se abre el magnífico libro «El legado de Akira Kurosawa» (Ignacio Pablo Rico Guastavino, Álvaro Peña, Applehead Team, 2018), probablemente el más bello y riguroso de los homenajes en papel a uno de las grandes cineastas de la historia. Una frase que define a la perfección lo que significa abordar la filmografía de un realizador como el nipón, repleta de recovecos, dotada de tal maestría que su resonancia, que su proyección sobre obras y directores posteriores, siguen perennes en la actualidad.

Cuando hablamos de Kurosawa, se nos vienen a la cabeza filmes como Rashomon (1950), Vivir (1952), Los siete samuráis (1954), Trono de sangre (1957), La fortaleza escondida (1958), Yojimbo (1961), Sanjuro (1962), El infierno del odio (1963), Dersu Uzala (1975) o Ran (1985), pero, hay mucho más. Probablemente estamos ante una de las filmografías más orgánicas y homogéneas en cuanto a calidad de entre los virtuosos de este arte. Por ello, a continuación, nos adentramos en títulos que pasaron más desapercibidos pero que fueron, son y serán una maravilla.

Madadayo (1993)

«Maestro, ¿estás listo para partir al otro mundo?», le preguntan los alumnos a su jubilado profesor. «No, todavía no», espeta este. Maravillosa carta de despedida del maestro tokiota. Que narra la retirada de un amado profesor que se queda sin hogar tras la Segunda Guerra Mundial. Sus alumnos, en señal de agradecimiento, le crean una nueva casa y este les recompensará con una última lección de vida. Obra capital.

Rapsodia en agosto (1991)

Penúltimo largo. Protagonizado por un actor no japonés: Richard Gere. A través de la mirada de uno de los iconos del cine comercial de los 90, se rememora lo que supuso el holocausto nuclear de Nagasaki. Una obra honesta y conmovedora, que nos mostraba al Kurosawa más íntimo y sincero. Trasladándonos los miedos y anhelos de una generación de japoneses tras la tragedia.

Crónica de un ser vivo (1955)

De nuevo roturando sobre la Segunda Guerra Mundial. En esta ocasión, con su actor fetiche: Toshiro Mifune. El filme narra la obsesión de un anciano, Kiiji Nakajima, por construir con un refugio antiatómico tras el final de la guerra. Una decisión que aparcará al plantearse abandonar el país asiático. Una decisión que no será bien recibida por la comunidad en la que vive. Crónica de un ser vivo compitió por la Palma de Oro del Festival de Cannes, premio que solo logró una vez en su carrera con Kagemusha (1980).

Escándalo (1950)

Estrenada el mismo año que la colosal Rashomon, esta película aborda una temática que se convertiría en recurrente décadas después: la desinformación y la importancia de los medios de comunicación. Todo articulado a partir de la publicación de una foto malinterpretada –acompañada por un texto lleno de falacias— que une a dos personas de mundos diferentes. Sus protagonistas buscarán revertir dicha publicación con el apoyo de un abogado de prestigio. Toshirô Mifune y Shirley Yamaguchi son sus protagonistas.

El antepenúltimo mohicano

@eamcinema | Park City, Utah.

Más en el blog: Manual de uso: ¿Qué encontramos en el cine de Mélanie Laurent?