Algo más que un mito: Rock Hudson

Como sucede, a propósito del estreno de Blonde (Andrew Dominik, 2022), con Marilyn Monroe, la figura de Rock Hudson adquirió otra dimensión tras su muerte. En vida, fue uno los galanes de Hollywood y uno de los actores más requeridos. Siempre se le tildó de blando o de no aprovechar todo el potencial escondido tras un físico mayúsculo. Hudson solo fue nominado una vez al Oscar, por su archiconocido rol en Gigante (1956).

Su filmografía siempre fue a tirones, intentando cuadrar propuestas alimenticias con otras de prestigio. Buscando el amparo y, sobre todo, la buena opinión de críticos y académicos que siempre le habían dado la espalda. Más allá de todo esto, Hudson compuso una carrera llena de títulos de todo tipo, en las que exhibió una presencia inigualable en la industria norteamericana. Con su muerte, primera víctima célebre de SIDA, se abrió una puerta que hasta entonces permanecía oculta. Una doble vida que cuarenta y dos años después de su deceso sigue añadiendo nuevas aristas. Estos detalles solo nos interesan porque en realidad delineaban una personalidad muy interesante, que también se extrapolaba a su manera de trabajar. Hudson era un actor muy querido por sus compañeros, debido a su generosidad y entrega. Un carácter que delante de la cámara era diferente, con personajes pétreos, atormentados y que hacían pocas concesiones a las emociones.

Un Gigante de la interpretación

Debutó en el cine con un papel secundario en la cinta bélica Escuadrón de combate (1948), dirigida por Raoul Walsh, y protagonizada por Edmond O’Brien, Robert Stack, John Rodney, Tom D’Andrea, Henry Hull y James Holden. Su primer papel protagonista llegaría seis años después con ¿Alguien ha visto a mi chica? (1954) de Douglas Sirk. De esta manera, llamaría la atención de una industria ávida de nuevos rostros que representaran a un estudio en ciernes. A partir de ahí, Hudson trabajó con cineastas como Budd Boetticher, Anthony Mann, Nathan Juran y, ante todo, George Stevens. Pese a que Sirk le concedió varios papeles relevantes en media docena de filmes, fue Stevens el que el dio el carácter de su vida: el de Jordan ‘Bick’ Benedict. Steven juntó a Hudson, ya estrella del celuloide, con otros dos mitos: Elizabeth Taylor y el pujante James Dean. El resultado ya lo conocemos, una gran epopeya que provocó debate cinematográfico y extracinematográfico.

Un símbolo social

Hudson fue una persona concienciada con todas las causas sociales de su época pero sin embargo se convirtió en un icono LGBT muy a su pesar. Siempre escondió su condición sexual de forma pública. Es más, se sentía violentado por tener que enfrentarse a todos los rumores que siempre acompañaron a su trayectoria. Incluso en su decadencia física y profesional siempre se mantuvo al margen de cualquier discusión de temas personales. Cuando emergieron las primeras corrientes en favor de la igualdad sexual y la ruptura del estigma ligado a la homosexualidad, a Hudson se le elevó, sin su permiso, como blasón de la causa. Su muerte concienció a una sociedad que no conocía qué significaba la palabra SIDA.

Su legado

Más allá de todas las proyecciones posibles de su vida personal, lo que nos queda de Rock Hudson es que fue un actor que probablemente pudo aspirar a más pero que, por avatares o por escasez de ambición, siempre se quedó en un perfil secundario con respecto a compañeros de generación. Su imagen de sex-symbol gestó una figura pública retraída y alejada de los focos. Un hombre que-no-deseaba-estar-allí y que, pese a ello, se convirtió por méritos propios en uno de los rostros más reconocibles de la edad dorada de Hollywood. Más allá de Gigante, nos quedamos con su papel en Ángeles sin brillo de Sirk. Pura presencia, puro carisma.

El antepenúltimo mohicano

Twitter: @eamcinema | Park City, Utah.

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