Sacerdocio femenino

A las cinco de la tarde del 11 de noviembre de 1992 la historia del cristianismo occidental vivió uno de sus cambios más relevantes: el Sínodo General de la Iglesia Anglicana ponía fin a una tradición de siglos al aprobar el sacerdocio de las mujeres. La propuesta, que contaba con el respaldo del arzobispo de Canterbury, fue aprobada al obtener la mayoría requerida por la normativa del Sínodo, es decir, dos tercios de cada una de las tres cámaras que lo componen (obispos, clero y laicos). El papel de las mujeres en la Iglesia Anglicana era ya de hecho bastante activo pues, hasta entonces, podían ejercer de diáconas y bautizar o casar, si bien sólo los sacerdotes podían consagrar el pan y el vino de la comunión. Pese a las muchas muestras de júbilo con que fue acogida la histórica decisión, ésta no estuvo exenta de polémica, pues buena parte de la Iglesia Anglicana se oponía a la ordenación sacerdotal de las mujeres e incluso amenazó con un cisma.